Posteado por: José Carlos Serrano Vargas | abril 1, 2010

RIESGO Y TEMOR

El riesgo y el temor han sido compañeros del hombre a lo largo de la historia. De hecho la evolución de la humanidad ha sido posible gracias a que hemos aceptado convivir con ellos. Parecería lógico pensar que ante un mayor riesgo, deberíamos sentir un mayor temor; sin embargo, esto no siempre es así. Muchas veces sentimos mucho miedo por cosas que tienen un riesgo relativamente bajo y menospreciamos los riesgos que pueden costarnos la vida.

La mayoría de los desastres, robos y accidentes podrían ser previsibles si aprendiéramos a detectar los riesgos cotidianos, lamentablemente existen algunos factores que influyen para que no los percibamos, entre los cuales se encuentran:

La rutina.

Nuestra tendencia a dejarnos engañar por la simple apariencia.

El no pensar que a nosotros nos puede pasar algo malo.

La falta de atención en los pequeños detalles.

Dentro de nuestras conductas habituales incluimos descuidos que ya forman parte de nuestras rutinas y no percibimos el daño que podríamos causarnos al facilitar las circunstancias para que seamos víctimas de algún robo o accidente.

Sin duda sentimos miedo de que nos roben; pero no nos percatamos que a diario nos exponemos al riesgo de robo cuando:

Dejamos nuestra cartera en el saco y éste, a su vez, fuera de nuestro control.

No ponemos la alarma al auto, siendo que existe una razón previa para haberla instalado.

Dejamos los bolsos de mano en lugares visibles y al alcance de terceros.

Dejamos en nuestro escritorio, sin cerrar con llave, objetos de valor, chequeras, tarjetas de crédito, dinero en efectivo, etc.

No contamos con una buena chapa en nuestro hogar u oficina.

Portamos objetos de valor o más dinero del necesario en lugares poco seguros.

Es decir, nosotros mismos creamos las condiciones propicias para ser víctimas de un robo, e incluso, si alguien desea robarnos no tiene más que observar nuestras conductas habituales.

En cuanto a los accidentes, pasa algo similar. A diario contribuimos en su formación y sólo nos percatamos de nuestros errores cuando ya tuvieron consecuencias. Muchos de ellos se evitarían si no cometiéramos descuidos como los siguientes:

Dejar objetos en lugares que en circunstancias extraordinarias (oscuridad, prisa o descuido) pueden causar tropiezos y lesiones graves.

No verificar previamente el desgaste que sufren nuestros objetos e instrumentos de uso cotidiano, como las llantas del auto, las herramientas, utensilios de cocina, etc., teniendo como resultado que nos fallen justo en el momento que más los necesitamos.

No verificar periódicamente el estado de las instalaciones eléctricas, sanitarias, o de gas de nuestro hogar.

Apilar objetos en lugares que obstruyan las salidas de emergencia o que puedan caernos encima al menor movimiento.

Dejar cosas calientes o sustancias corrosivas en lugares donde fácilmente pueden caer y quemar a alguien (principalmente a los niños).

No seguir los procedimientos adecuados, buscando simplificar el esfuerzo, al manipular objetos, maquinarias o herramientas.

Por otro lado, es oportuno mencionar que los accidentes sólo ponen en evidencia la existencia de problemas que ya existían pero no les habíamos puesto la atención que requerían.

Los desastres que hemos sufrido en nuestro país nos han permitido observar que muchas de sus consecuencias hubieran sido menores si no hubiéramos restado importancia a lo posible, por anteponer lo poco probable, por ejemplo: en los terremotos de 1985 se desplomaron construcciones que estaban a punto de caer por sí solas, quedando al descubierto problemáticas que existían desde hace años, como el hacinamiento, la falta de instalaciones sanitarias adecuadas y de mantenimiento a edificios, etc. No se requería de ningún esfuerzo para imaginar que en tales circunstancias era posible que se desencadenaran esos desastres ante la presencia de fenómenos con consecuencias que pensábamos como poco probables. La lección que recibimos es que al no revisar periódicamente los lugares que habitamos, podemos convertirnos en damnificados en el futuro.

Sin embargo, todo parece indicar que a muchos no nos bastaron estas lecciones y seguimos basándonos sólo en la apariencia, por ejemplo, cuando confiamos en vehículos que se ven bien por fuera pero por dentro tienen graves fallas mecánicas o bien cuando somos víctimas de un robo o estafa porque esperamos que los delincuentes tengan una apariencia que los delate o que cumplan con los modelos que la televisión nos ha impuesto, dejándonos engañar por personas muy bien vestidas o con aparentes buenas intenciones, pero que en realidad resultan ser delincuentes profesionales.

Por último, es importante hacer notar que tenemos cierta inclinación a pensar que somos inmunes a sufrir algún daño. En el fondo pensamos que cosas tan malas como los graves accidentes, los robos, o los desastres es poco probable que nos sucedan a nosotros. Cuando vemos los noticieros o nos enteramos que alguien fue secuestrado o seriamente lastimado, consideramos que estos eventos son muy lejanos a nosotros.

El primer paso para la prevención consiste en la percepción de los riesgos a los que estamos expuestos en nuestra vida cotidiana, haciendo uso de nuestro sentido común, convirtiéndolo en el más común de los sentidos, para detectarlos oportunamente y en consecuencia tomar las medidas que nos permitan disminuir nuestra vulnerabilidad ante ellos.


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