Posteado por: José Carlos Serrano Vargas | abril 2, 2010

VIOLENCIA INTRAFAMILIAR Y DELINCUENCIA

Es muy común que los programas que existen para buscar abatir la delincuencia se concentren en dos aspectos fundamentales: prevenir o disuadir el delito, y castigar al delincuente, al quien se le concibe como producto de generación espontánea o como ser maligno muy distinto del ciudadano común.

Explicar la delincuencia también se ha reducido a motivos de índole económico, como la pobreza extrema o la falta de fuentes de trabajo. Sin embargo, es muy claro que el hecho de ser pobre no convierte en delincuente. La delincuencia es un proceso más complejo, en el que intervienen distintos factores que contribuyen en la formación del individuo; es decir, su personalidad, su ideal de vida, su identificación sexual, sus aspiraciones, o en el rol de vida que asumen en su comunidad.

Se ha puesto a pensar alguna vez, ¿de dónde vienen los delincuentes? o ,¿qué es lo que lleva a un individuo a lastimar a sus semejantes sin sentir el menor remordimiento?.

La respuesta a estas preguntas está ante nosotros diariamente, pero no la hemos observado fríamente. Vivimos en una sociedad donde la violencia social se ha convertido en una pauta de conducta. Los niños la aprenden en la televisión, en sus juegos de vídeo, observando como se comportan sus padres o simplemente en la calle, llegando a concebirla como normal y cotidiana, por lo que cuando crecen, su comportamiento es cada vez más violento y despectivo ante la vida.

La violencia social es «un acto agresivo dirigido contra una persona o grupo de personas, en donde se les hace actuar contra su voluntad, valiéndose de la fuerza física, de la intimidación, de la persuasión o de la omisión». Parte del origen de la violencia social se encuentra en la violencia intrafamiliar; es decir, en la forma violenta en que se desarrolla la dinámica familiar en el trato hacia los hijos o al cónyuge.

Los niños de la calle, cada vez en aumento, son una manifestación muy evidente de este tipo de dinámica familiar violenta, en la cual los hijos prefieren enfrentarse a un panorama hostil y peligroso, como lo es la calle, que permanecer conviviendo con sus familias.

Desafortunadamente, la violencia intrafamiliar puede ser hereditaria; es decir, la mayoría de los padres golpeadores fueron hijos golpeados, y de este modo se desarrolla una cadena de conductas indeseables que parece un cuento de nunca acabar.

Ahora bien, la violencia intrafamiliar es predecible, si analizamos el trato que nos dieron nuestros padres; y también es previsible, si hacemos algo por evitarla.

Un gran número de padres golpeadores no lo hacen de mala fe, sino porque es la única forma que aprendieron para corregir los errores. En algunos estudios que se han realizado en diversas universidades, se ha detectado que los padres sienten lástima de golpear sus hijos en la misma proporción en que sentían tristeza al ser golpeados, pero desafortunadamente, reconocen como justo el castigo que recibieron (algunos llegan a manifestar que lo merecían por sus malos actos) y consideran una obligación el aplicar este tipo de correctivos a sus hijos para poder educarlos.

En algunas familias se acostumbra imponer castigos muy severos a los hijos, que llegan a producirles cicatrices que permanecen de por vida, o incluso la muerte.

Pero la violencia no sólo se reduce a los golpes, sino también a la imposición de castigos y rutinas que dejan daño psicológico de consideración.

La forma en que los niños lleven su infancia es definitiva para su destino como individuos en sociedad. Si los hijos aprenden a comunicarse adecuadamente, no es necesario que al ser adulto lleguen a los golpes o a la violencia para arreglar sus diferencias.

Los niños aprenden también de la forma en que observan el comportamiento de sus padres; por ejemplo, si un padre llega a su casa y se queja de lo desagradable que es para él ir a trabajar y de lo mucho que se cansa, es muy probable que el hijo no vea con agrado el trabajo, y se convierta en uno de los muchos que busca trabajo «rogando a dios no encontrarlo». Del mismo modo si los padres se gritan o se lastiman en frente de sus hijos, estos reproducirán estas formas de conducta en sus familias cuando crezcan.

Lo hijos son el reflejo de sus padres, debemos estar conscientes de ello cuando recibamos quejas del mal comportamiento que tengan en la escuela o en la calle.

La disminución de la violencia social nos traerá grandes beneficios y ayudará a disminuir los altos índices de delincuencia que vivimos. Cualquier problema social que exista requiere de la participación de la misma sociedad para solucionarlo. Pongamos nuestro granito de arena mejorando la forma de educar a nuestros hijos y disminuyendo la violencia intrafamiliar.


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