Posteado por: José Carlos Serrano Vargas | abril 2, 2010

FAMILIA Y AUTOESTIMA

Hace unos días platicaba con la directora de una Estancia de Bienestar y Desarrollo Infantil acerca de la falta de interés que tienen algunos padres en la estimulación temprana y en la educación de la afectividad de sus hijos, sobre todo, si éstos son menores de cuatro años.

A veces la ignorancia llega a tal grado que no sólo no educamos adecuadamente a nuestros hijos, sino que destruimos cualquier intento que el niño haga para desarrollar su creatividad o expresar sus sentimientos. Afortunadamente, algunas estancias infantiles han dejado de ser simplemente «guarderías» y se han convertido en centros educativos que integran en los programas de estudio el desarrollo de la expresión creativa en el niño, a través de trabajos manuales, de pintura y de juegos, y que también contemplan los mecanismos para fomentar y elevar su autoestima.

De este modo, el niño pinta o crea con cajas, botones, popotes y demás materiales, figuras abstractas que a los ojos de los adultos son difíciles de entender, debido a que suelen estar distantes de sus patrones estéticos, y si no fuera porque los hacen nuestros hijos estaríamos muy lejos de decir que son bonitos; sin embargo, para el niño representan mucho y nos los enseña con orgullo y satisfacción, al mismo tiempo que nos dice: «mira papá, yo lo hice». Todo indicaría que cualquier padre se conmovería ante tales manifestaciones de ternura de parte de su hijo, pero no siempre es así.

La directora me contó una anécdota que explica muy claramente la magnitud del problema: El otro día, un niño de aproximadamente tres años, pasó mucho tiempo pintando en una hoja de papel figuras de muchos colores; su grado de concentración y dedicación en lo que estaba haciendo era tal que pudiera haberse pensado que se trataba de un futuro Da Vinci o Picasso. Los resultados obtenidos le parecieron dignos de ser admirados por terceros y decidió llevárselo a su casa para mostrárselo a su mamá. Con mucho cuidado sujetó con ambas manos su trabajo, para que no fuera a maltratarse; caminó con paso lento y precautorio hacia la salida de la escuela; su cara reflejaba una profunda satisfacción que iluminaba la estancia.

Cuando llegó hasta donde estaba su mamá (quien estaba muy desesperada porque ya se le hacía tarde y al parecer aún tenía muchas cosas «importantes» qué hacer), el niño le mostró su trabajo y le dijo «mira mami, yo lo hice». La mamá tomó el trabajo y sin mirarlo lo arrugó y lo tiró al bote de basura más próximo, mientras le decía enojada: «Ya te he dicho que no lleves basura a la casa». La cara del niño se tornó indescriptible, y con mirada triste y desilusionada miraba el cesto de basura donde, mezclado con desechos de distinta especie, reposaba su trabajo de pintura. Entonces, la directora sacó de la basura el trabajo del niño mientras le decía: “Está muy hermoso, ¿tú lo hiciste? ¿Me lo regalas para ponerlo en mi oficina?”.

Cuando la directora llamó a la madre del niño para explicarle lo importante que era el reconocimiento al trabajo de su hijo para el desarrollo de su autoestima, ella no mostró ningún remordimiento, ya que, debido a su ignorancia, no le daba ninguna importancia al trabajo de su hijo y sólo se limitó a argumentar que vivía en una casa muy pequeña y no tenía espacio para guardar los trabajos.

Lamentablemente, aún existen muchos padres que sin llegar a los extremos descritos anteriormente, piensan que su papel se limita a ser proveedores económicos, sin considerar la importancia que tienen para sus hijos las demostraciones afectivas, ya que no es suficiente aceptar a nuestros hijos, sino que también necesitan de nuestro reconocimiento constante.

Para todo niño es muy importante saber que cuenta con una familia que lo ama incondicionalmente, que lo valora por lo que es y que aprecia lo que hace, todo lo cual le permitirá desarrollar seguridad en sí mismo y tener un sano nivel de autoestima.

Cada persona adquiere del medio social donde se desarrolla las características que determinarán su personalidad y su forma de ver la vida. La familia es la primera asociación que establece el individuo, ya que en ella nace, y es en ella donde aprende a comportarse en sociedad y donde empieza a moldear su temperamento para dar paso al carácter. Cuando la familia, que es la célula básica de la sociedad, entra en crisis, podemos esperar que los problemas de socialización en los individuos se incrementen.

Por ejemplo, gran parte de los problemas laborales se deben a la incapacidad de algunas personas para trabajar en equipo. En estos grupos problemáticos siempre existe uno o más individuos con problemas de afectividad que los hacen bloquear, despreciar, anular o dificultar el trabajo de los demás.

Lamentablemente este tipo de comportamiento es más común de lo que pudiéramos esperar, ya que dentro de nuestra vida cotidiana tenemos la necesidad de convivir con individuos de diversas formas de conducta, muchas de éstas nos parecen difíciles de entender y aceptar; como por ejemplo, los depresivos, autocompasivos, agresivos, autoritarios, groseros, introvertidos, etc., lo cual nos hace desear que nuestros hijos nunca asuman este tipo de comportamiento.

Ante tales circunstancias, en ocasiones les ordenamos que eviten la compañía de personas que nos parecen poco recomendables, pensando que al cerrarle la puerta a este tipo de personas evitaremos que su comportamiento contamine a nuestra familia; sin embargo, debemos saber que esto no basta, ya que con la forma de tratar a nuestros hijos podríamos estar fomentando precisamente este tipo de comportamiento.

La raíz de muchos problemas de personalidad se encuentra en la autoestima, ya sea porque el individuo tenga una gran necesidad de reconocimiento afectivo que lo hace creer que es superior a los demás, o bien, porque tiene una imagen de sí mismo muy poco valorada que lo hace sentirse inferior. También se puede caer en el extremo de que se desarrollen conductas depresivas que lleven al individuo al suicidio o que desarrollen un peligroso resentimiento social que perjudique a inocentes.

Tener autoestima significa, entre otras cosas, quererse a sí mismo, sólo queriéndonos a nosotros mismos podemos aprender a querer a los demás. La violencia, la delincuencia y en general las conductas antisociales se deben, en gran parte, a que las personas que las cometen son incapaces de concebir al otro como igual a sí mismo; es decir, como se dice comúnmente son «incapaces de ponerse en los zapatos de los demás», y sólo piensan en ellos mismos sin importarles a cuántos tengan que destruir o aplastar para satisfacer sus necesidades.

Para evitar que en las familias se desarrollen personalidades antisociales es muy importante que los hijos reciban muestras de reconocimiento y de afecto de parte de los padres y que estas mismas pautas de conducta se fomenten en todos los miembros de la familia; por ejemplo, podemos decirles «eres muy especial para mí»; «te queremos»; «has mejorado mucho»; «sigue practicando»; «no te preocupes, si sigues intentándolo así serás el mejor», etc. Igualmente, podemos acompañar las palabras con abrazos y otras muestras de cariño.

El tiempo que pasemos conviviendo armónicamente con nuestras familias, es tan importante como el trabajo más remunerado; hasta ahora no ha salido al mercado el afecto y aún existen muchas cosas que no se pueden comprar; por ejemplo, el amor familia


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